miércoles, 21 de marzo de 2012

Museos, la dimensión del público.



                                           por Cristian Antoine
Desde su nacimiento los museos estuvieron condicionados por los conquistadores: nacieron para depositar los trofeos de la colonización.  El Museo del Louvre, el Británico o el Metropolitano de Nueva York fueron resultado de la conquista y expoliación de otros países. El museo se definía desde a partir de la colección y la exhibición de un patrimonio cultural considerado valioso a partir de determinados objetivos ideológicos. Situaba a la civilización occidental en el centro y en lo alto de la civilización humana.
En una segunda etapa, los museos se transformaron en relación con los gestores del nacionalismo. Fueron escenario para que los Estados teatralizaran la cultura nacional, consagrando una cierta “ritualización del pasado” (Mantecón, 2009).
Esto ocurrió en muchos museos nacionales de arte, en tanto ritualizaron con uniformidad la exhibición y el acceso a los objetos para proponer  una lectura compacta de la historia nacional. Luego, algunos museos tuvieron a los artistas como sujetos. En la culminación de las vanguardias, en los años setenta y en la primera etapa del posmodernismo, en los setenta y ochenta,  los artistas fueron el eje de muchos proyectos museográficos.
Se reformularon los programas en función de grandes nombres. Se los visitaba para ver una exposición en particular. Se crearon nuevos museos con nombres de artistas, no solo para reunir y exhibir sus obras, sino para dejar una marca cultural.
Más recientemente, dos nuevos actores externos influyen en el significado y la misión de los museos. Son los empresarios y arquitectos, quienes, en esta penúltima reorganización del campo museístico, ocupan lugares protagónicos.
Reconocidos por su función social al menos formalmente desde la Mesa Redonda de Santiago (1972), el carácter multidisciplinario de los museos, los avances en el conocimiento museográfico, la introducción de criterios profesionales para la evaluación de instituciones culturales y los propios cambios de una institucionalidad pública respecto de estas organizaciones, ha modificado muy sustantivamente la manera como los museos se conciben a sí mismos y sus relaciones con la comunidad .
Los museos están cambiando de actitud para con el público. Ya no esperan pasivamente que la gente se acerque sino que a través de un análisis y de un conocimiento profundo de la institución como agente comunicador y, de una permanente autorreflexión acerca de su función dentro de la sociedad, el museo sale en busca de su público y de su no público.
Y esto si es algo nuevo. Hasta hace prácticamente 20 años, a casi nadie le importaba que opinaba el público y existía una posición de supremacía del museo sobre éste. “Un reciente movimiento de profesionales de museos, que se ha dado en llamar Nueva Museología, tiene uno de sus planteamientos básicos en el hecho de que el museo tradicional no puede funcionar sin adaptarse a los nuevos tiempos y si quiere sobrevivir se deberá encontrar al servicio total de su nuevo dueño: el público” (Palomero Plaza, 2001).
El público también está cambiando de actitud para con el museo. “Sus intereses se diversificaron, adopta hoy un actitud mucho menos reverente y respetuosa, da por supuesto que dispondrá de medios electrónicos y otras instalaciones técnicas modernas, distingue cada vez menos entre un museo y una exposición y no ve motivo alguno para prestar atención a la taxonomía de materias  por las que tanto apego sienten las mentes académicas…La gente exige cada vez más que su opinión sea tenida en cuenta a la hora de planificar y organizar lo que va a hacer, especialmente el modo en que decidirá pasar su tiempo de ocio” (Hudson, 1998:44).
Asistimos a lo que Palomero Plaza denomina “el cambio más trascendental que ha de venir en el siglo XXI para los museos”, a saber, la voluntad de hacer de estos centros parte de la cultura viva de su tiempo, y de esta manera dejar de ver al público como observador pasivo de exposiciones creadas supuestamente en su beneficio (Palomero Plaza, 2001: 149).
Como lo reconoce el director del Museo Artium, en Vitoria, “sería falso decir que la audiencia no condiciona a un museo” . Los museos se han tenido que adaptar para asumir ese interés. En palabras de Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, “aquellas instituciones que se han creado no por demanda social sino por otras estrategias culturales o políticas tendrán ahora su prueba de fuego. Sin público un museo no puede cumplir la mitad de su misión fundamental” .

En la forografía, Museo metropolitano, Nueva York.

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